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martes, 7 de mayo de 2013

Goonies never say die

 




Hace ya aproximadamente un mes salimos a dar una vuelta, era viernes noche y nos habían invitado a una soirée muy especial en París, así que no pudimos decir que no. Nos duchamos, nos preparmos la mochila y nos fuimos de misión a explorar las catacumbas.

Las catacumbas de París recorren gran parte el subsuelo de la ciudad en un entramado de callejuelas, túneles y salas subterráneas. Durante la época romana eran unas minas de piedra caliza que a finales de el S.XVII se convirtieron en un cementerio común que a día de hoy es uno de los cementerios más grandes de la ciudad. Su verdadero nombre es " Les carrières de Paris" pero todo el mundo las conoce como Les Catacombes. 

Yo tenía muchas ganas de visitarlas, había escuchado hablar mucho de ellas, había visto fotos, y la curiosidad fui in crescendo cuando en clases de francés, clases en las que normalmente trabajábamos sobre extractos de periódicos, leimos un artículo sobre las mismas, donde decía que la mayoría de las catacumbas eran de acceso prohíbido y que había gente aficionadas a ellas que se llamaban catafílicos.

A nosotros por supuesto nos invitaron a hacer el recorrido prohíbido.

Quedamos en casa del amigo de un amigo, un chico experto en el subsuelo parisino, que contaba con todo el material necesario para la aventura en equipo, lámparas de agua, botas, linternas para la cabeza, mapa... Y nos lanzamos de lleno a la aventura.

Yo pensaba que entraríamos por el hueco de una piedra o por una estación de metro abandonada, caminando, mi mente peliculera funciona así, cuando de repente en mita de una plaza y al rededor de una alcantarilla de toda la vida el experto y guía de aventuras nos miró y nos dijo "Ahora rápido, todos adentro y mirad que no venga la policía!" En un abrir y cerrar de ojos descendía por la escalerilla cual Tortuga Ninja sin pensar en el vértigo y el miedo que me hubiera impedido embarcarme en dicha aventura de haberlo sabido antes. Pocos segundos después ya estábamos abajo los seis exploradores, la escotilla estaba cerrada, nadie nos seguía y nos disponíamos a camina.

Era impresionante, calles y calles subterráneas, todas con placas identificativas para que, llevando un mapa de catacumbas, sepas en todo momento por qué parte de la ciudad te estás moviendo. Cada calle tenía infinitas bifucarciones tanto a izquierda como a derecha, como una gigantesca tela de araña de calles oscuras. Algunos túneles eran más estrechos que otros, algunos más bajos, tanto incluso que había que ir casi de rodillas, y otros estaban llenos de agua que llegaba por encima de las rodillas. Pero no había rastro de ningún animal o bicho, que no de otros seres vivientes.

De repente en la oscuridad de los lejanos corredizos vi una luz, no quise decir nada para no parecer una loca, pero poco a poco la luz brillaba con más fuerza y con ella se escuchaba un murmullo. Sí, eran humanos, humanos exploradores como nosotros corriendo la aventura de su vida, o puede que tan sólo de ese fin de semana. La verdad es que en total nos encontramos con tres grupos a lo largo de nuestro recorrido, con uno de ellos paramos y visitamos una de las salas que fuera de los mapas estaban construyendo poco a poco, y después a un tipo sólo. No es habitual, supongo o quiero suponer, y mucho menos normal que un tipo sólo se adentre a las catacumbas un viernes por la noche. Se llaman catafílicos y son personas enganchadas a las catacumbas que con frecuencia bajan, las visitan y al final se las conocen como la palma de su mano. Algunos de ellos casos sociales que en la superficie no son nadie y que se encuentran mejor en el subsuelo porque abajo se sienten con cierto poder sobre el resto. Este tipo en cuestión se cruzó con nosotros y en menos de 5 minutos, lo que tardamos en ver unos murales y dar la vuelta para continuar la visita, nos invadió el humo. Yo he visto muchas películas, muchas de miedo y ciencia ficción, y en cada situación de mi vida tengo una escena terrorífica de la que echar mano. Para no pensar demasiado empecé a preguntar si ese humo era normal, a lo que todos respondían que sí, pero para mí no lo era, no podíamos respirar bien, no se veía una mierda y en el caso de que el humo emanara de un yacimiento mineral volcánico del centro de la Tierra caminar hacia dicho punto nos haría perder las placas de la calle y nuestra ubicación en el mapa. Entonces me dijeron que era "fumigène" y después de eso ya no sabía si reir o llorar. Para mí "fumigène" tenía que hacer referencia a "fumigar" y desde luego para no haber visto animales ahí dentro y la cantidad de humo que había o estaban fumigando leones o querían fumigarnos a nosotros. Intenté no entrar en pánico y montar una excena de película inexistente y continuar abanzando junto a mis compañeros y disfrutar de la peculiar experiencia.

Salimos del humo.

Por el camino vimos muchos sitios, casi todo pasillos y corredizos, pero paramos en un par de salas, una llamada "La Sale du Fête" y la otra "Bar", eran salas grandes en las que cabían más o menos 100 personas y en las que de vez en cuando había fiestas, clandestinas por supuesto, de hecho en algún recóndito lugar de las Catacumbas estaba teniendo lugar una, pero nosotros no fuimos, nuestra noche era una noche de exploradores.

A parte de las salas grandes vimos salas pequeñas, algunas con agua, otras con huesos, pasando por el "Carrerfour des morts" donde atravesamos pasillos llenos de huesos, tibias, fémures, calaveras y restos óseos de personas que como nosotros hace cientos de años andaron por la ciudad, algunos ordenados otros esparcidos. Era un poco inquietante todo, saber que al margen de todos los huesos que componen la parte visitable legalmente de Las Catacumbas, miles de huesos descansan ahí abajo al alcance de transeuntes que como nosotros, ilegalmente, buscan un poco de aventura.

Habían pasado 5 horas, 5 horas de caminata, paradas, comida, bebida, risas y mucho mapa. Eran las 4 de la mañana y decidimos, un poco cansados, salir a la superficie y volver a casa a dormir. Durante todo el camino, mi máxima inquietud a parte de no aparentar que no podía parar de pensar en "The Descents" y sus moradores, era saber cómo sería la salida, a lo que la respuesta siempre fue que no sería como la entrada. Eso me animaba a continuar feliz mi camino. Cuán inocente puede ser el ser humano.

Entonces se abrió un hueco en la pared y de nuevo una escalerilla, parecía mucho más alta, yo estaba cansada y ahora sí que era consciente de todo. Primero subió el amigo experto, luego su mano derecha, yo subí en cuarto lugar y detrás de mí dos personas más. Teníamos que esperar que subieran del todo o casi del todo las personas que iban por delante nuestra porque el agua que caía de sus ropas y sus zapatos caían sobre nuestras caras y manos, pudiéndonos hacer resbalar, pero la escotilla parecía no abrirse nunca. Entonces a lo lejos escuché un gruñir, quise intuir una luz sin mirar y empecé a subir. El final de la escalera estaba muchísimo más alto de lo que esperaba, mucho más alto de a donde me atrevía a contemplar. Subí y subí sin mirar ni arriba ni abajo, tan sólo enganchándome de un peldaño o otro peldaño. Cada 7/8 metros había un tramo de cemento donde poder reposar los pies, pasados tres tramos ya no podía más. Entonces escuché como a la persona que me seguía se le caía una botella que tardó 4 segundos en explotar en el suelo, 4 eternos segundos tras los cuales vi mi cuerpo estallando en el suelo como el vidrio. Me aferraba a la idea de que si me fallaban las los brazos no caería como un palo y que al final entre porrazo y porrazo me quedaría como un muñeco tirado sobre uno de esos tramos de cemento, pero no fui capaz de moverme. Las dos personas que me seguían me pasaron de largo, les supliqué que lo hicieran, que necesitaba respirar aire sola (y porque si no lo hacían estaba dispuesta a tirarles por el hueco de la escalera) y tras varios intentos y lloriqueos (me dió un ataque de pánico) le eché valor al tema y escalé el trozo que me faltaba. Cuando llegué al borde de la alcantarilla y sin saber como sacar el cuerpo de allí extendí los brazos y supliqué por un poco de ayuda. Los cinco chicos tiraron de mí, cerraron la alcantarilla y me aplaudieron, pero yo estaba exhausta y con unas ganas horribles de vomitar por culpa del miedo.

Puedo decir que ha sido una de las experiencias más chulas de mí vida, una de las experiencias que me ha hecho volver a sentir una Goonie, y que animaría a cualquier que tenga la oportunidad de visitar lo que nosotros visitamos, pero también puedo afirmar que la salida fue una de las experiencias más aterradoras que he vivido jamás y que pese a haber salido de ahí el vértigo es algo que aún no he superado. Pese a todo me encantaría volver, sé que no seré capaz, pero me encantaría volver e investigar y fotografiar muchos de los sitios que nos quedan por descubrir. Algún día quizá.

En cualquiero caso encatada Catacumbas!



Documentación gráfica de la aventura:










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